lunes, 26 de agosto de 2013

No Creo que seas real


Nancy Arreola  no se sentía ella misma. Esa noche sus pasos la habían llevado a un extraño bar.

Nancy se había sentado en la esquina de la barra, mientras observaba hacia ningún lado. Una música  se escuchaba en susurro por todo el lugar. Era el disco A Rush of Blood to Head de Coldplay.  El lugar tenia poca luz y sólo los letreros de anuncio de cerveza y algunas lámparas pintaban la zona.  Del otro lado de la barra, se encontraba un chico de la misma edad. En el silencio se rompió todo. Era Juan Constantine, que terminaba de beberse la mitad de su  cerveza.  De un momento a otro le preguntó a Nancy.  Era una conversación breve, pero a pesar de la situación.  Nancy rara vez sostenía la mirada de Juan Constantine.

Ella era una chica de piel apiñondada y cabellera negra y china.  Juan Constantine era un tipo algo robusto y de cabello castaño.
 La conversación dio un giro cuando se dieron cuenta que ya se conocían.  Pero era recordar algo que no se sabía con seguridad. Ella apenas acababa de llegar a la ciudad.  Él jamás había salido de la ciudad.

De pronto, alguien había entrado al bar. Era un tipo con una raqueta de Squash en la espalda. Traía consigo un perro de raza pastor Inglés. Se sentó del otro lado de la barra y fijó su vista en una mesa de la esquina. La mesa habría sido tragada por la oscuridad de no ser por una pequeña lámpara que alumbraba. Alguien estaba sentado ahí. Se notaba que llevaba un rato en el lugar. Era una mujer. O por lo menos los brazos de una mujer que sostenían un lápiz que dibujaba círculos perfectos sobre una hoja de papel.

Juan Constantine y Nancy Arreola  quedaron en silencio y desviaron sus miradas a cualquier parte. Como cuando hay un silencio incomodo.  El lugar parecía estar suspendido en el tiempo. Sólo se llegaba apreciar el ruido de un lápiz rosar sobre una hoja de papel.  Era de la mujer sentada en la esquina.
El perro rompió el silencio con un ladrido dirigido a Nancy.

Nancy se había sonrojado como si estuviera feliz de que el perro la reconociera. Nancy sólo enrollaba sus risos con su dedo coquetamente. El tipo con la raqueta de squash, volteó a ver a quién le había ladrado Valoo. El tipo cruzó inevitablemente con la mirada de Nancy.

Un ruido en la barra rompió el momento. El Cantinero había servido una cerveza oscura al tipo de la raqueta de Squash. La misma cerveza que Juan Constantine estaba tomando. El tipo de la raqueta de Squash. Volteó hacia el Cantinero.  Un tipo delgado y alto. Era de esos tipos que poco inspiraban confianza.  Valoo, gruñía de desconfianza al tipo.   Nancy entonces comprendió lo que sucedía. Ella llevaba rato en ese lugar. Sola sin nadie acompañándola. Pero ¿Qué era lo que pasaba?  No era lo que pasaba, era lo que pasó y lo que estaba pasando. Un futuro convertido en presente. Un pasado olvidado y distante  sin rastro alguno en la memoria de Nancy.  

Para cuando Nancy reaccionó. Sólo había pasado un minuto. Juan Constantine, seguía ahí con media cerveza en el vaso. El tipo de la raqueta  daba un primer sorbo a su cerveza. Pero la mirada de Nancy había hecho que él volteara a verla. Valoo sólo la miraba como esperando una caricia.
El cantinero se había acercado a ella. Pero no era el Cantinero que ella recordaba. Era una mujer, de su edad. De piel blanca y cabello rizado  y castaño. Peinado con dos bolitas que formaban su cabello en su nuca. La mirada penetrante de la Cantinera le hizo sentir que ya la había conocido antes. El tipo de la raqueta de Squash, se sentía atraído por la Cantinera.  La Cantinera, se acercó al Tipo de la Raqueta de Squash y limpió con un trapo  la parte de la barra donde estaba él.
Un tipo gordito que pasaba frente a la entrada del bar, se detuvo. Se asomó por la ventana, y  después entró.   Se dirigió a una de las mesas y encendió un cigarro.

Esa noche Nancy volvió del bar a su casa. Se encerró en su cuarto y se puso a escribir.  Mientras escribía en la libreta. Recordaba sin éxito, el cuento que su abuela le contaba cuando era niña.  Nancy meditaba el cuento mientras pensaba en lo sucedido en el bar y aquella extraña sensación de que de alguna forma.  Había sido sobra del destino que ella terminara en ese bar con aquellas personas.

Nancy escribía repetidas veces la palabra Hart Hutt, y hacía garabatos para ilustrar lo que trataba de recordar.

Para cuando pudo recordar el cuento, fue demasiado tarde.
Juan Constantine no era un hombre al que se le hacía conocido por casualidad. Era alguien a quien había estado buscando hace mucho tiempo.  Un ladrón al que había engañado a la propia muerte a cambio de algo que sólo él sabía.
El tipo de la raqueta de Squash. Era el sujeto que siempre traía consigo un carcaj en la espalda del que se decía tenía una espada blanca y ligeramente arqueada.
El perro de raza pastor inglés,Valoo. era una criatura que se erguía en dos patas y que  su aspecto era muy similar al de un pastor inglés cachorro. a excepción de las rodillas y codos que los tenía  carentes de pelaje.También poseía unas garras en cada mano.

El primer Cantinero, era un mago siniestro o algo así. Nancy no lo recordaba con exactitud.

La Cantinera, era según los relatos de su abuela. Aquella a quien todos le temían. Y que era imposible evitarla. Tarde o temprano, ella venía por ellos.

Finalmente el tipo gordito era en realidad, un comerciante que visitaba a menudo el castillo. Ahí donde conoció al tipo del carcaj.

A la mañana siguiente Nancy trató de buscar el bar al que había ido. Jamás lo encontró. Trató de buscar a las personas que había visto sin éxito alguno.  Cada perro de raza pastor inglés que ella encontraba, era diferente al que había visto esa vez en el bar.  Fue a clubes de Squash sin éxito alguno.

Los días pasaron y Nancy fue olvidando poco a poco lo que había sucedido. Hasta ahora...